One Night in Miami* es una película gringa que especula sobre el contenido de un encuentro entre el boxeador Cassius Clay (después conocido como Muhammad Alí), con tres de sus amigotes: Malcom X (líder de los afroamericanos), Jim Brown (reconocido jugador de fútbol yanqui) y Sam Cooke (cantante de soul, R&B y productor musical).

Es febrero de 1964 en gringolandia. La sangrienta persecución de los negros y su lucha por derechos civiles, sociales y políticos golpea constantemente al movimiento que recordamos como “Black Power”. Después de una pelea en que Cassius Clay le saca la chucha al favorito Sonny Liston y se corona como campeón mundial, los 4 famosos se juntan a charlar en un hotel de la “zona negra”, a fin de resguardar su seguridad personal.

Me detengo aquí para aclarar un punto: el guión de la peli se adaptó desde un texto dramático, lo que lleva a que la cinta tenga un aire marcadamente teatral y que gran parte de la acción se desarrolle en esa pequeña habitación de hotel, a lo Hitchcock. Así las cosas, el peso de todo descansa en el guión y en las actuaciones más que en la acción o los efectos especiales. Sigamos.

El personaje principal es Malcom X. Es el amigo tonto grave, hinchapelotas y poseedor de todas las verdades. Los demás quieren ir a chupar y buscar minas para celebrar el triunfo de Alí, pero el predicador los tiene allí encerrados para hablar sobre la causa de los negros y qué weá harán ellos desde su posición privilegiada de famosos, influyentes y millonarios.

Malcom se agarra con uno de los contertulios, el cantante de soul Sam Cooke. Básicamente le dice lo siguiente: “Voh soi terrible de pulento, pero cantai puras weás pa’ que los blancos se entretengan; mientras disfrutas tu plata y tu fama, estos csm están acribillando a tu raza”.

Sam Cooke se defiende. Su tesis se puede resumir de la siguiente manera: cada uno lucha como quiere. Yo a través de mi productora le saco plata a los blancos y además le doy caleta de pega a otros negros. Si hasta los Rolling Stones grabaron un temita que compuse junto a otro compipa y nos forramos. ¿Qué puede haber de malo en eso?

Malcom X se pica. Le hace escuchar sus temas en un tocadiscos y le dice: “¿Veís que cantai puras weás?”. Y entonces le da otro golpe. Saca un vinilo de Bob Dylan y coloca Blowing in the Wind, resaltando los primeros versos de la canción: “¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre antes de llamarle hombre?”. Repasándolo, le dice: “es como si pensando en nuestra causa, Dylan se preguntara qué deben hacer los negros para ser considerados personas”.

Y aquí viene el remate: Malcom le restriega a Sam que ese tema de Bob, un joven blanco de Minnesota que no tiene nada que perder, habla de las luchas que ellos enfrentan y, al mismo tiempo, es más popular que todas las cagás de canciones que él ha compuesto. En otras palabras, que ser exitoso no se contrapone a ser consecuente.

Es una vieja discusión. La exigencia al artista a que se comprometa en su quehacer con su clase, su raza, su partido, su región o religión o lo que rechucha sea. Que su arte sirva para una causa. Por ejemplo, cuando en Chilito, en el año 1983, los Scwenke & Nilo en la canción El Viaje le pegaban un palo a “los poetas que por amarse a sí mismos su vida es un gran concierto”.  Por esos mismos años, Fernando Ubiergo era criticado por ser un niño manejado por la dictadura. Tiempo después, en Serenata Cafiola (2008), el escritor Pedro Lemebel haría una especie de defensa del cantautor dando cuenta de la discriminación que sufrió desde la izquierda, en circunstancias que el loco había sido terrible  de consecuente. El artista para la causa v/s el artista para su arte.

Me aferro a esta manida temática planteada por la película comentada, relativa a la relación del artista con su tiempo. Lo hago con el fin de preguntar si en su quehacer los cultores contemporáneos, en una época tan compleja como la que vive el mundo y, en términos más cercanos, los trascendentales momentos por los que transita nuestro país, tienen el deber de involucrarse en –por ejemplo- la discusión en torno a la nueva carta fundamental o, por el contrario, su arte debe seguir impoluto por los derroteros de su propia pulsión.

Nuestra posición es sencilla y contundente. Tal como le exige Malcom X a su amigo Sam Cooke, hay momentos de la historia en que no puedes dudar. Las circunstancias te demandan participación y no es momento de hacerse el weón o la weona. Eso no involucra caer en el “evidente panfleto” (como dice Silvio), sino entender que desde tu pequeña pero única experiencia vital puedes aportar en la construcción de otro mundo más mejol, de mayor igualdad y dignidad, dejando que los lastres de injusticias y discriminaciones vayan quedando en la fosa del pasado.

 

*One Night in Miami. Año: 2020; Duración: 110 minutos; País: Estados Unidos; Dirección: Regina King; Guión: Kemp Powers.