Hay mujeres
que no conocen el silencio
y en silencio lavan, crían, cocinan
y vuelven a lavar la ropa,
con el cansancio acumulado
en la piel de su cuerpo memoria.
Hay mujeres
que nunca se las ve pensar.
No son musas inspiradoras de un poema.
No son reinas de su propio reino.
No son guerreras pero luchan cada día.
No son diosas pero aún así hacen milagros.
Son mujeres que sostienen la lluvia
en tiempo de cosecha
mujeres con juventud anciana
amamantando la tierra
con el agua de su cuerpo.
Son hijas-madres-mujeres
que llenas de sabiduría
no conocen el descanso,
no conocen el silencio.
Que PERRA tan indomable soy
no existe sabueso
que atrape mi correr,
este ir y venir del submundo
al reino.
Un día como aquí, otro día
amanezco comiendo allá.
Amanezco comiendo en mesa
propia
ajena
prestada
alquilada
robada.
¡Qué importa, si al final como igual!
Un alma perra, o una perra alma
se alimenta solitaria.
No es víctima.
No llora.
No busca camadas
porque las heridas como perra
se las lame SOLA.
MENOPAUSIA
Hombre no beses mi cuello
no acerques tu boca al otoño de este día,
deja que los momentos ardan
junto a las naves atracadas en el puerto.
Huye de mí, tu tierra
de estos bosques con lluvia de tormenta,
de este jardín en sub-suelo anochecido,
de esta cordillera que limita con la nada
que hoy la sangre no sangra y algo
se evapora entre la carne y la piel.
Hombre, no recojas
la patria caída de este cuerpo
que ya no puedo tener tus hijos,
los nidos no ovulan en cada estación,
la sangre ha plegado sus alas y
no vuela uterina hasta mis planicies.
Desde ayer afloran nuevas angustias
otro cansancio, otro enfado,
otros acantilados emergen al no saber:
si seguiré siendo luna
a quien obedece la marea.
Aguarda. No beses mi cuello
que hoy se volatizan
las últimas hojas verdes de mi cuerpo,
que aún debo recoger la cosecha,
preparar la nueva tierra,
dejar junto a la maleza mi duelo
y recibir a la mujer milenaria
que me está naciendo adentro.
LOS OLVIDADOS DE LA NOCHE
En esta media tarde vislumbro
otra noche vagando de hora en hora,
donde presiento el timbre de tu voz
buscando mi oído,
tus dedos sosteniendo mi espalda.
Te llamo.
Te busco en toda habitación
en un patio perdido,
en el jardín sin flores,
en las plazas sin palomas.
Perdón, te has ido hace una hora,
una semana, un mes ¿Cuántos años?
Llevo siglos sostenida en tu aroma,
siglos en esta misma calle,
en esta misma casa que mantiene
el mismo color.
Perdón, los árboles han crecido demasiado.
Escarbo en la raíz de mi nombre
para recordar quien fui antes de tu boca
y no me puedo ver sin tus ojos
y no me puedo ver sin tus ojos
buscando mi piel,
buscando mis senos
y no me puedo ver sin tu quejido
y mi gemido exhalados al unísono
en noches con o sin estrellas.
No existo.
Me habito desconocida,
ajena.
Tu ausencia ha sepultado mi desnudez.
Te extraño,
ya no bramo angustiada en tu recuerdo,
pero te extraño.
Apaciento mi furia en otros hombres
y los amo por una noche, pero te extraño.
No existo,
nada queda en esta vida,
en la penumbra de este bar oxidado:
dónde beben … los que sobran de la muerte
dónde beben … los que somos olvidados.
ANTES DEL OLVIDO
El silencio no abraza las pupilas,
no se queda en la mano junto a la piedra
antes de ser arrojada,
no trepa al cielo antes del murmullo,
no busca soledades de media noche.
Se acuna aquí
en el grito nuestro arrojado en la puerta,
se queda entre calles y plazas
hilvanadas al atardecer.
El silencio nos torna
memoria,
esquinas fumadas,
equinoccios de luna,
sombra huérfana sedienta de cuerpo.
Nos torna muro-espejo donde miramos
las cicatrices, las venas del recuerdo,
la boca amada entre sueños.
El silencio nos torna
impronunciables,
invisibles,
madeja en estante,
en tela de araña y en araña dormida
en adobes fantasmas.
El silencio nos vuelve madera
y nos acompaña en el último aullido
que damos en la colina,
antes de bajar al olvido.