Las fronteras son invisibles cuando dos seres humanos convierten el silencio que provoca la distancia, en un espacio de comunicación emocional que producto de su breve, pero intensa historia, trascienden la realidad, y se reinventan fuera del tiempo para dormir las nostalgias, y hacer que el amor vuele como una paloma mensajera, trayendo la noticia que un sueño nos descifra el misterio de cómo reinventar los afectos para vivir entre paréntesis en el regazo que nos va aproximando a Dios.
Viajo al Terminal Santiago para arrancarme de los miedos, con una cierta incertidumbre, y a pesar de los equilibrios relativos que vive la sociedad chilena, no puedo invalidar los recuerdos que provocaron mi tristeza, los fantasmas de la represión, la muerte acechándome continuamente, el allanamiento de la CNI en el departamento de mis padres en la calle Arturo Prat, y yo protegido en secreto por una anciana dirigente gremial que vigilaba mis alucinaciones convencido que recuperaríamos nuestra libertad.
Luego el dolor de la muerte de mi padre, algunos días posteriores a la invasión de nuestro hogar por los esbirros de la dictadura, y mi presencia clandestina en su funeral.
Por eso bebo ese café contigo que nos distanciará una semana, te miro y nos apretamos las manos, y el calor nos electriza y rebasa nuestra estabilidad un poco acongojada por esta separación momentánea.
Nos abrazamos, nos besamos con urgencia, es un cataclismo que inunda nuestras vidas, y percibo tus lágrimas, y las bebo para empaparme de tu belleza, que tiene sabor a frutas frescas, aromatizadas por tus sentimientos inquietos y rebeldes.
“Hasta pronto, amor”, pienso, mientras el bus va distanciándonos, y tu silueta desaparece de mi vista, pero tu imagen se mantiene inmune en mi conciencia. Buenos Aires me espera con 36 grados de calor para invitarme a nada especifico, solo a revalidar instantes fugaces, perpetuos, de ese amor que me brindaste en junio del noveno año del siglo, cuando todo era sombra, cuando todo era frío, pero nuestros cuerpos empezaron a descongelarse con los abrazos y caricias que nos entregamos en la espesura de nuestra intimidad.
Es cierto y no lo puedo negar, a veces nos ha acompañado la complejidad de nuestras diferencias, estructuras de personalidad e historias incomparables, te alejas, pero regresas, porque cada vez te convences, que es imposible romper nuestra imbricación existencial, fue una energía cosmogónica la que nos vinculó, sin que nosotros en principio alcanzáramos a percibirla.
Luego, nos envuelve un manto de ternura, tu sonrisa, mis ojos, nuestros besos, la pasión desinhibida cuando nos hacemos el amor, y gimes y lloras, sientes que tu piel se convulsiona y tu mirada se evade de placer.
Después el descanso y los abrazos imbuidos de un calor ineludible. Cuánta vida ha pasado bajo nuestro puente, que es un manantial de agua limpia y diáfana como tu sensualidad.
He caminado kilómetros por Buenos Aires, he dejado mis huellas en el Parque Rivadavia, en la Avenida Corrientes, me he saturado de tangos dramáticos, pero nada me duele, es solo un ejercicio de respiración y de limpieza espiritual, para volver a mi país tras dos objetivos: el primero, perfeccionar mis estrategias que no son conspirativas, para mejorar nuestra relación de pareja, porque mi único compromiso es hacerte feliz, brindarte la paz y conseguir que de tu boca fluya alegría en forma espontánea, porque mi amor se consolide en tu convencimiento.
Y la segunda, demostrar que los escritores podemos refutar con nuestras ideas el viejo plagio neoliberal, que no contribuye al desarrollo humano, solo crecimiento, materialidad, dinero y pobreza permanente de millones de compatriotas.
La consigna es luchar con optimismo, por estas razones me opondré al proyecto individualista, y trabajaré con energía para seducir tu alma con actitudes y buenos sentimientos, y así te tendré para siempre amada María Luisa.
Diez meses después, la relación se terminó definitivamente, pero continuó en el universo de los misterios inconclusos.