1

En la memoria del hambriento las moscas son ángeles,

lo sabe cuándo verdea sus manos de uñas en desuso,

y escupe contra el vidrio que lo multiplica.

Ser tantos a la vez tiene sus privilegios

a la hora de sentarse o pedir un poco de café.

Si hasta parece que los días impares cada vez son menos

y se podrían contar hacia atrás

-como baldosas de una peluquería-

o hilachas de una camisa prestada

Nadie mejor para lograrlo que un vagabundo a sueldo,

repartiendo catálogos de lencería japonesa,

en mitad de un funeral.

 

 2

El trapecista ciego sobre el puente,

con un martillo en cada mano,

sonríe

parece no importar el debut de los harapos.

 

El olfato lo vuelve transparente.

 

Cuando escasea el aire

nada mejor que un trapecista ciego

atrapado en la ventana,

como un anciano ahogado en alprazolam.

 

El puente, el trapecista, ahora son un dios…

decapitado, sin un peso, sin sombrero,

tocando la ventana de tu casa.

 

 3

Los vasos reemplazan a los ojos

cada vez que el viaje se interrumpe

por mal tiempo.

 

Derramados, sobre el mismo lado de la moneda,

no es difícil entender la entropía de las piernas…

Cuatro, cinco, seis… da lo mismo todo suma

 

en el balance siguiente al paso en falso.

Hay tiempo cuando al final de los dedos

solo queda el aire y un poco de tierra entre las uñas.

 

Cada vez que el viaje se interrumpe

sobran esas cosas que solemos esconder para después

-cuando todos se han marchado-

y nos quedamos mirando los vasos, las uñas,

las moscas.