– Me llamo Gonzalo Fuentes y soy vendedor de seguros. Mi historia no es sencilla y puede semejarse a la de algún personaje de la televisión americana. Un self made man, o tal vez, a un intrépido traficante de un cartel neoyorquino. Se escuchó una voz en off dando indicaciones: – Rufino close up, titulares de la presentación, acentúen la luz sobre su mirada… – Soy feliz a mi manera, como en la canción de Frank Sinatra. Recuerdo que mi “perra choca” me decía cariñosamente “coyote”, ese apelativo me excitaba, entonces la miraba con brutalidad y con voz suave le decía: sácate los calzones que esta noche te lo mando a guardar. La Érica me odiaba y me amaba; pero lo importante era el miedo que sentía, el terror que podía imponerle tan sólo con un gesto. Eso elevaba mi autoestima, saber que era poderoso, y que mi poder la convertía en una gata sumisa consciente de que la muerte la acechaba. Se detuvo para beber una gaseosa, y una secuencia de comerciales lo hizo desaparecer de la pantalla. Minutos más tarde su imagen regresó: – Cuando cumplí quince años comprendí que disponía de una personalidad especial. Era como “bala” para la mentira, cínico y despiadado por naturaleza. Podía golpear a los “cabros” de mi barrio hasta dejarlos inconscientes, eso me “llenaba” de orgullo y seguridad. En la noche apoyaba mi cabeza sobre la almohada y dormía “a pata suelta… como si nada”, al día siguiente, amanecía “fresco como tuna” y sin sentimientos de culpa. Siempre fui grande. Con las mujeres tenía mis técnicas, las amedrentaba mostrándoles los dientes apretados y la lengua en posición de penetrar, las minas cagaban ligerito de puro susto. Una vez, la Erica se puso porfiada y me sirvió de mala gana una sopa, estaba ebrio y se me subió la bronca a la cabeza, entonces agarré su plato con un líquido turbio y algo rancio y se lo escupí … ¡cómetela “conchetumadre”!, le dije, y la Érica empezó a “cucharear” en silencio hasta que hizo una arcada y vomitó de golpe.  Ahí mismo le mande dos tiros en la cabeza por desobedecerme, y se fue a mejor o peor vida… ¡qué se yo!.

Se quedó en silencio unos segundos y luego comenzó a llorar: – Rufino, música incidental, acentúe el dramatismo y vaya distanciando la cámara, baje el tono de la luz, estamos con un alto rating. – La muerte es un principio de la justicia, afirmó una vez mi capitán. Fue después que me rescató de la cárcel integrándome al cuartel. Ahí me enseñaron un poco de política, otro poco de rock, y artes marciales. Aunque mi fuerte siempre fue el manejo del cuchillo. Cuando terminé el entrenamiento, me dijo el capitán: “vas a ser un fotógrafo y tu primer contacto, el guatón Mario, un vicioso y obeso maricón que trafica con “pepas”, y milita en un grupo comunista de Conchalí. “Ojo” que es banal y tiene su corazoncito cuando le aprietan las nalgas. “De “cagar” mujeres sabía, pero de “cagar” políticos nada. A veces no sabía si eran amigos o enemigos, pues no tenían diferencias con los buitres de seguridad. Malos los de allá y los de acá, entonces comprendí porque le llamaban guerra sucia. El jefe me decía que actuara sin piedad, enajenado de sentimientos, frío y observador. Después de escuchar sus instrucciones sonreía y le contaba que tenía un carácter romántico, “me gustan los boleros y baladas jefe”. El condenado me miraba con odio y respondía: – Métete los sentimientos en la “raja huevón”, aquí “estai” sirviendo a la patria, y los terroristas no andan cantando por las calles. – La práctica me fue enseñando, tenía que engancharme y el guatón Mario me apegó al mocito Astudillo, un colega revolucionario, cruel y perverso como la vida, porque en la vida se nace para vivir o para morir, y los dos entendíamos eso… – ¡Comerciales!, interrumpió el director, observó a Gonzalo Fuentes y notó su rostro demacrado, entonces instruyó por audio: – Patricia retoque su maquillaje, dele más frescura, rejuvenézcalo pronto. El coyote respiraba acelerado: “¡Inyéctenlo!”, sugirió una voz desde la penumbra, sin embargo, el paso de los segundos devolvió su imagen a la pantalla con rapidez. – El comunismo es lo mejor que hay en el mundo –precisó el coyote-, mi general decía que era comunista, claro a su manera, pero era comunista. Comentaba que al pueblo le faltaba madurez para entender el comunismo, por eso, el comunismo era el futuro lejano y no el presente del hombre. Después se “aguachó” la fiesta cuando el comunismo se vino abajo en Europa. ¡Bueno!… ¿y a mí qué?, si para “sapear” y “cagar huevones” no necesitaba saber de capitalismo o comunismo, sólo astucia y cautela para sobrevivir, aunque la plata no compensaba “tanto sacrificio”. A veces llegaban hasta las poblaciones unos “gallos pitucos” que hablaban de Lenin y de los proletarios que debían luchar contra los ricos. Pero la miseria es dura y no se cambia con palabras, así es que, o se estaba con la patria o con los enemigos de ella. El jefe decía que los pobres eran brutos y flojos hasta la miseria. Se trataba del destino dijo una vez. Una noche nos cruzamos con unos “ñatos” del servicio, eran dos, nosotros cuatro, al aproximarse el vehículo reconocí al “veneno”, un “pato malo” de mi población que no sabía la función que estaba desempeñando. Entonces, alcanzó a murmurar mi nombre con asombro, y en ese segundo de vacilación, lo clave con mi cuchillo mientras le gritaba: ¡húndete fascista maricón! Alcanzó a derramar una lágrima antes de morir, mientras que el otro, arrancó en velocidad hasta desaparecer por una calle transversal. Estaba tenso y tenía unos deseos inusitados de seguir apuñalando, no por bronca ni por venganza, simplemente un hambre natural de muerte, pero me contuve, pues ya había conseguido el objetivo de seguir encubriéndome. Se produjo un silencio y el sonido prolongado de su respiración, luego continuó con su relato: – No sé cuántos entregué, y tampoco los que se fueron de lengua, lo cierto es que, llegó la democracia y el resumen fue: eficiente, heroico y patriótico, según analizó mi capitán, el día que nos dio la mano y nos comunicó que estábamos despedidos, pues el servicio se disolvía. Agregó que el jefe deseaba que conserváramos el valor y la fidelidad a la distancia, pues vendrían tiempos difíciles. Una semana después, leí en los diarios que mi capitán se había suicidado y que su cadáver se encontraba en la morgue. Al cabo de tres semanas murió en un accidente el guatón Mario, y al mocito Astudillo lo mataron con un estoque en los alrededores de La Vega. Entonces comencé a sentir miedo, mucho miedo, terror cada vez que el timbre del departamento sonaba, o cuando la campanilla del teléfono llamaba con insistencia. Sabía que me vigilaban: todos, los comunistas y los del “servicio”, mi cabeza tenía precio. Así es que comencé a cambiarme de lugar constantemente; pero siempre algún detalle me indicaba que era objeto de seguimientos continuos. Decidí hablar con un cura y pedirle protección. El viejo me observó con indiferencia y luego dijo: ¡habla hombre! todos los corderos son hijos de Dios. Luego de escuchar mi relato movió su cabeza con cierto desconsuelo y me dio una penitencia: “tres Padres Nuestros y un Ave María hijo”. El Señor me ha comprendido pensé. No había terminado de reflexionar cuando fui interceptado por dos desconocidos en el interior de la iglesia. De allí me trasladaron a una clínica para realizarme algunos exámenes psiquiátricos y aquí estoy. Con los médicos no logramos ponernos de acuerdo. Ellos diagnostican una salud mental estable, salvo por algunas variaciones del carácter, en cambio yo, creo que estoy loco, irreversiblemente loco. Mientras no se resuelva está contradicción continuaré bajo este régimen de internado. Algunos piensan que la justicia debería dictar la pena de muerte en mi contra, pero yo estoy de acuerdo con el ministro cuando afirma que: la pena de muerte no rehabilita, ni sirve como sanción ejemplarizadora. Se escuchó una voz en off que preguntó: – ¿ha recibido visitas, su madre, o tal vez, un familiar? – No, nadie cercano, en cambio me ha llamado un ministro, un oficial del alto mando, y un dirigente de un partido político, son todos gentiles y tratan de aconsejarme. Dicen que si acojo sus consejos y me suicido terminaría mis días como un héroe, pero no puedo asumir esos consejos, porque con franqueza estoy loco y permaneceré recluido para recibir mi tratamiento. Hizo una pausa y concluyó: – Cuando salga de este encierro voy a iniciar una nueva vida. No sé si volveré a matar, porque la muerte es un principio de la justicia, pero al menos trataré de ser un buen ciudadano. A veces descubro que tengo el carácter y el talento de un político, aunque nunca he aprendido a disfrazar mi verdadera vocación … – ¿Qué otra cosa sabe hacer?”. Preguntó la voz en off. Y el coyote sonriendo hacia la cámara entonó: – gracias a la vida / que me ha dado tanto… El lente empezó a distanciar su imagen, mientras sobre la pantalla un texto precisaba: Cuarenta y ocho horas después de esta filmación, las autoridades informaron que el coyote murió por una violenta descarga de la máquina de electroshock, y sus restos fueron incinerados por orden de un tribunal. En cuanto al programa, fue censurado por el Ministerio del Interior y premiado por la Asociación Interamericana de Prensa; agregándose que: los derechos fueron comprados por la Twenty Century Fox para rodar una película que tendrá como protagonista principal a Silvester Stallone, más conocido como Rambo.

 

(De su libro recién editado Cosmoficciones entre realidades absurdas. Mago Editores junio 2022.)