Hacía tres meses que me encontraba viviendo en un departamento que odiaba, con paredes mohosas que parecía que en cualquier momento iban a parir un lagarto. Dormía en un colchón duro como palo, cuya ventana lindante quedaba cubierta por un par de cortinas polvorientas que me tenían con una alergia terrible. De la ducha salía sólo agua fría que perfectamente hubiera creído que venía directo del Mapocho.
Despertaba cada mañana con el único deseo de dormir hasta que me dieran puntadas para luego echarme unos tragos que me volvieran los ánimos de vivir. Estaba cesante y viviendo de los pocos ahorros que había podido acumular durante mis veinte años trabajando en una empresa de contabilidad. En vez de concentrar esos fondos o realizar algún tipo de inversión, opté por malgastarlos pensando que en algún momento sentiría la necesidad de hacer algo productivo.
Una tarde en que salí a comprar whisky más temprano de lo usual, me topé en la entrada del edificio con Alain, un viejo compañero de universidad. Era un insoportable pero cada vez que nos veíamos se ponía con el alcohol. La sorpresa fue innegable, aunque ambos la hermetizamos. Fue algo incómodo, pero logramos pinponear un diálogo entrecortado que se truncó en un silencio incómodo, el que sólo se quebró con un: “Yapo, juntémonos un día”. Él se encontraba viviendo en el piso 3 y yo en el 21.
Apenas volvíme eché un trago y de inmediato me entusiasmé con invitar a una chica a pasar la noche. Entre descarte y descarte me decidí a llamar a la Marissa. Hacía rato que no nos veíamos y casi empezaba a echarla de menos. Tardó en contestar.
– ¿Aló?
– ¿Cómo estái?
– ¿Quién es?
– ¿Cómo, no me tení guardado?
– ¿Quién es?
– Tu romántico viajero.
– Ahhh –rió- ¿Qué te pasó ahora?
– ¿Por qué?
– Porque cada vez que me llamai es por algo. O te botaron o jalaste toda la noche y te sentí solo ahora…
– Noo… -no supe qué decirle. Opté por lo más burdo- como que te echo de menos.
– Yaa ¿y…?
– ¿Querí venir a verme?
– Mmm… no se ahh… La última vez te fuiste y ni te despediste. Tampoco me llamaste después…
– Puta, perdón. No estaba bien…
– Si sé…
Hubo una pausa.
– ¿Y bueno? –dije.
– ¿Estái donde mismo? –respondió de inmediato.
– Sí.
– ¿A qué hora?
– A las 9 ¿te tinca?
– Dale.
Cortamos.
A las 21:07 sonó el citófono. Lo sé porque justo estaba mirando mi teléfono.
– ¿Marissa Ayala?
– Que suba.
Apenas llegó abrió su cartera y de una cigarrera sacó una bolsa de falopa. Ambos esnifamos una línea. Yo tenía el parlante a un volumen moderado con “Songs for swinging lovers”, pensando en una cena romántica con fideos y una botella de vino de tres cuartos, pero su entrada en la estancia me hizo sacar el whisky que había comprado y poner “Raw Power”. Charlamos hasta que nos vino la calentura y tiramos como dos bestias. Pasada la medianoche vino un vecino a golpearnos la puerta por la bulla.
– ¿Tiene una orden? –le pregunté apenas lo pude divisar a través del umbral.
– No.
Le cerré la puerta en las narices y volví con la Marissa.
A cierta hora me encontraba tan exhausto que simplemente me dormí en el acto. Venía de haber ayudado a un amigo a cambiarse de casa el día anterior y eso, mezclado con todo el alcohol en el cuerpo, me derivó en un cansancio intenso.
A la mañana siguiente me levanté al baño y me lavé la cara como todos los días. Me apliqué el Clearence de Avène y bloqueador solar facial. Preparé café de grano.Me encontraba tostando unas rebanadas de pan cuando me empecé a preocupar porque la Marissa no despertaba pese al ruido. Hasta rompí una taza en el proceso y no tuvo reacción. Fui a verla a la cama. Descubrí el cobertor y me encontré con su cadáver decapitado. Mi naturaleza flemática me hizo omitir cualquier estruendo, aunque no pude evitar el espasmo al ver su cuerpoexánime.
Me tomé un tiempo para pensar en la situación. Más bien en cómo zafarme de ella. Era muy difícil que la policía llegara a creerme que anoche me acosté y dormí con ella y no fui quien la mató, considerando que no vino nadie más. Por otra parte, no tenía ninguna posibilidad de ocultar su presencia en la estancia, considerando las cámaras del edificio, al recepcionista y al vecino que vino golpearnos la puerta. Todos ellos testigos claros de su estancia. Me quedé pensando en las cámaras y si acaso era buena idea preguntar en recepción si se podían ver. No tardé en declinar, puesto que nada me brindaba la certeza de que apareciera alguien entrando al departamento a cierta hora de la madrugada y claramente sospecharían de mí si de pronto les decía que necesitaba ver las cámaras. El dilema tardó tres cigarrillos al hilo en aclararse. Resolví que mi plan sería no hacer nada y esperar a que el curso intrincado del día me otorgara pistas para poder guiarme.
Me vi incapaz de probar bocado. Lo que si hice fue beberme tres tazas de café que me hicieron despertar de la ligera resaca con la que amanecí. Al servirme la cuarta y recién encendido el sexto cigarrillo del día oí un estruendo que me detuvo el corazón por un instante; alguien golpeaba la puerta. Al principio lo tomé como un efecto alucinatorio, mezcla de la situación extrema en la que me encontraba y del montón de sustancias que llevaba consumiendo durante meses. Sin embargo, volvió a oírse el mismo estruendo, esta vez con mayor presencia. Pareció como si el mundo se hubiera detenido una fracción de segundo antes de que un puño azotara sus falanges mediales contra la madera maciza, para luego volver a ese estado de ensueño en el cual se encontraba sumido.
El departamento se encontraba distribuido de la siguiente manera: la entrada daba directamente al living, el cual lindaba con una cocina pequeña a su lado derecho. Más al fondo estaba la habitación, con un baño en uno de sus costados. La única separación entre el living y la habitación era una puerta con ventanales a cuadros. Vale decir, quien sea que entrara por la puerta principal vería lo que había en la habitación.
Me aseguré de cubrir el cuerpo de la finada. Lo suficiente como para que sólo se viera un bulto sobre el colchón. Además cerré la puerta con los ventanales. Fui a abrir con el cigarrillo entre los labios. Era el Alain que venía con un six pack bajo el brazo.
– Buena compita –me dijo apenas me divisó a través del umbral de la puerta.
– Buena… ¿cómo supiste el número de mi depa?
– Tú me dijiste ayer poh.
– ¿La dura?
– Sipo.
Yo estaba seguro de que no. Quizás cómo supo este psicópata que yo vivía ahí.
– Bueno, pasa.
– Traje unas chelas.
– Si, ya caché
Dejó el six pack sobre la mesa y miró a la habitación.
– Ahhh tuvo buena noche mi compita.
No quería hablarle, pero tampoco quería echarlo para evitar sospechas. Procuré seguirle la corriente y hablarle lo menos posible, de modo que se cansara y se fuera pronto. Le acepté una cerveza, aunque lo que menos tenía eran ganas de beber.
– ¿Y no se va a despertar con la bulla? –dijo apuntando con la lata hacia el cuarto.
– No, tranqui. Tiene sueño pesado y se durmió bien tarde.
Ambos bebimos nuestro primer sorbo casi a la par.
– ¿Y qué ha estado haciendo mi compare todo este tiempo?
– Trabajando.
– ¿Algún proyecto, alguna cosa?
– Pega.
– Puta si, compita. Está brígida la cosa. Yo igual he estado full de lunes a viernes y los fines de semana de más que el jefe me escribe pa’ pedirme alguna hueá. Cacha que el otro día andaba en el Cajón con unos panas y…
Mi plan de jugar por la indiferencia estaba fallando y lo único que hacía era motivarlo a seguir con su cháchara. Luego de una cerveza y media se me empezó a pasar la molestia y me empecé a animar para la conversación. Hasta se me olvidó por un rato que tenía un cadáver a tres metros de distancia. Alain me contó que estaba de cumpleaños y lo saludé. En un momento noté que su mirada se desviaba hacia la habitación. Lo mismo hice yo y pude divisar un hilo de sangre que bajaba por el borde del colchón y desembocaba en un pequeño charco en el piso. Me preguntó si podía usar el baño. Le di las indicaciones. Apenas se volteó para levantarse tomé la botella de whisky vacía de la noche anterior para darle de lleno en su cabeza, pero en el preciso instante en que se estaba poniendo de pie lo veo apoyarse en mi mesón descascarado y venirse de cráneo contra el murallón de concreto para posteriormente irse al piso de madera.
Me paralicé por un minuto. No quería verlo. Por suerte la parte del mesón en la que yo estaba aún se encontraba ahí y me tapaba la visión.
Tardé el resto de la lata en decidirme a mirarlo. Tenía una herida en la mollera y sangre manando por su cara. Estaba helado y sin pulso. El golpe mental fue más leve que cuando descubrí a la Marissa. Era como si ya me hubiera resignado a mi suerte. Ahora tenía dos cadáveres en mi departamento.
Después de pensar la situación, decidí ir a dejar al Alain a su departamento como si estuviera ebrio. Ya vería qué hacer con la Marissa. Le lavé el cráneo para escurrir la sangre. Por suerte tenía poco pelo, así que secárselo no me tomó mucho trabajo.
Me tomé una lata de un sorbo para recobrar la embriaguez y me despeiné.
Tomé por el hombro al Alain y caminé hasta el ascensor con él arrastrando sus pies por las baldosas semi embarradas. No era muy liviano que digamos, por lo que la labor requirió un esfuerzo extra.
Bajamos los dieciocho pisos y llegamos a la puerta de su departamento. Le saqué las llaves del bolsillo y al segundo intento logré atinar con la correcta. Apenas abrí sonaron unas diez cornetas y un casi unísono grito multitudinario de feliz cumpleaños.