Chile se ha visto golpeado por dos hechos que parecieran no tener una vinculación entre sí. Sin embargo, si logramos profundizar en sus orígenes y dinámicas, tal vez es posible que lleguemos a una explicación común.

Nos referimos -por una parte- a la negligencia de la empresa Enel en la reposición del servicio de energía eléctrica, luego del temporal de viento acaecido hace unos días en la zona central. Por otro lado, fuimos testigos del anuncio oficial del cierre definitivo de la planta siderúrgica Huachipato, con la aparejada cesantía que esta situación generará en alrededor de treinta mil trabajadores.

Enel es una transnacional creada en el viejo continente, específicamente en el parlamento italiano, en la década de los ’60. Buscaba unificar en ese país la prestación del suministro eléctrico en una sola organización y no en las múltiples empresas en las que se encontraba radicado, lo que generaba dificultades tanto en su desempeño como en su control.

Por su parte, la siderúrgica chilena Huachipato nace durante el gobierno de Juan Antonio Ríos, y busca canalizar para el país la producción del acero. Se afinca en la Región del Bíobío, específicamente en la ciudad de Talcahuano.

Con las décadas y la globalización de la economía neoliberal, Enel fue creciendo hasta llegar a fines del siglo pasado, en donde transitó de ser una empresa itálica a una de carácter transnacional. Más tarde se sigue ampliando con la compra de Endesa España, y desde allí extiende su participación no sólo en la península ibérica, sino que en algunos países de América Latina.

Lo mismo ocurre con Huachipato: en la búsqueda de compradores de acero, se hace necesario que salga al mercado internacional, ofertando sus productos tanto en América, pero sobre todo en Europa y Asia.

Así, un primer elemento en común entre Endesa y Huachipato es que ambas empresas nacieron y se desarrollaron desde sus respectivos gobiernos y con un alcance eminentemente nacional. Y un segundo elemento es, obviamente, que ambas empresas, con el tiempo, se deciden a ampliar sus operaciones, conquistando mercados internacionales.

Hoy en día Huachipato ha anunciado su final, con el consiguiente desempleo de miles de personas y el exponencial perjuicio monetario para sus familias. Le resultó imposible competir con los productores chinos, quienes a través de una mano de obra barata, más determinados beneficios arancelarios, logra ofertar su acero a un precio que para la compañía chilena resulta inalcanzable.

Por su lado, el gobierno chileno ha comenzado el proceso de caducidad de Enel debido a su negligencia para afrontar los cortes que dejó el sistema frontal, que arrancó de cuajos cables y árboles a lo largo de la capital, y de paso ha dejado sin luz a cientos de familias. Si ese proceso llega a su fin, Enel perderá la concesión en nuestro país, aunque podrá seguir operando en otros lugares de América y de Europa.

Ya hay voces que levantan la voz en contra de los mercados internacionales y de las transnacionales. Son manifestaciones en favor de mercados menos abiertos y más conservadores. Pero ya sea con economías abiertas o cerradas, lo cierto  es que esto es el capitalismo puro y duro: Huachipato sin poder competir contra los bajos valores de venta del acero que proponen los chinos; Enel, la transnacional italiana, prestando un servicio caro y de dudosa calidad, pero que no encuentra en Chile a una empresa rival que pueda hacerse cargo de un suministro que abarca a millones de personas.

El mundo globalizado en una economía de mercado, cuyo único dios es el dinero, que transforma a las personas en meros consumidores, y que de cada crisis pareciera salir fortalecido y con nuevos bríos, mientras que las personas de carne y hueso, golpeadas por esta economía salvaje, parecieran carecer de la imaginación, el arrojo y la rebeldía para generar un mundo distinto.