Franco Vargas, de tan solo 19 años, se alejó de su familia para viajar en una caravana militar hasta Putre, en el norte del país, a cumplir con el servicio. Jamás pensó que en esa zona, luego de varios días de maltratos, perdería su vida momentos después de desvanecerse bajo el clima altiplánico, en una fatídica marcha a 4 mil metros de altura.
No fue el único en soportar esas adversas condiciones: producto de la misma situación, una veintena de conscriptos tuvieron que ser atendidos por los servicios de salud de Putre, con malestares de diversa gravedad. Pero Franco fue la única víctima fatal.
Sus compañeros del Batallón n°24 de Arica y Parinacota, han relatado hechos escabrosos de esta marcha hacia la muerte: maltratos verbales y físicos de sus superiores; burlas del enfermero; vestimentas inadecuadas; alimentación con desechos orgánicos.
Y Franco se los había advertido a sus superiores. Uno de sus compañeros lo relata de esta manera: “nunca tuvo que haber salido a la marcha”, ya que “avisó que no iba a volver si iba, no lo pescaron. Después él, a gritos, pidió que por favor pararan, que se iba a morir. No lo pescaron. No le dieron mayor atención”.
Al caso de Franco Vargas lo antecedieron otros que mostraron la brutalidad de las Fuerzas Armadas. En marzo del 2019 en Iquique un conscripto de 18 años disparó, dando muerte a un sargento y a un cabo, para luego suicidarse. El joven sufría un cuadro depresivo el cual comunicó a las autoridades, pero no hicieron nada al respecto. Ese mismo año un cabo perdió la vida mientras realizaba un ejercicio militar de la infantería marina. Años antes se había dado a conocer imágenes en donde los infantes de marina eran sometidos a soportar golpes y beber vómito. Uno de los casos más emblemáticos ocurrió el año 2005, donde 45 soldados murieron tras ser obligados a recorrer 20 kilómetros durante una brutal tormenta de viento blanco a 35 grados bajo cero, en Antuco. Es preciso agregar que entre los años 2015 y 2019 las Fuerzas Armadas han recibido 143 denuncias por acoso sexual, abuso o violación a alguno de sus miembros.
El servicio militar tiene un claro enfoque de clase. Los jóvenes de mayores recursos, que pretenden seguir una carrera militar, jamás ingresarán al mundo castrense por esta vía. Pero además este servicio termina siendo un tiempo inútil para un grupo de jóvenes, en donde además del maltrato físico y vejámenes, se intenta introducir en sus cabezas un enjuague discursivo cargado de moralina, patrioterismo barato, odio a los ciudadanos de países vecinos y anti izquierdismo.
Otro tema es la impunidad de la que gozan los militares que cometen estos crímenes: al quedar las causas radicadas en la justicia militar, quien pretenda justicia se adentrará en una espiral procedimental que llevará indudablemente a que las investigaciones o no terminen en ningún puerto o, en el mejor de los escenarios, obtenga penas irrisorias en contra de los hechores, como fue el emblemático y terrible caso Antuco.
Pasa que contamos con un servicio militar que no se ha desprendido de su matriz ideológica forjada en dictadura. El mundo castrense sigue convencido que el maltrato y la vejación responden a la manera en cómo se deben hacer las cosas, y saben que para su cometido contarán con una justicia a su medida, que los protegerá si surge algún problema. Si esa matriz no cambia, y mientras estos casos sigan radicados en la justicia militar, volveremos a tener a otros Franco Vargas, víctimas de un ejército que históricamente ha tenido sus manos impregnadas de la sangre del pueblo.