Todas las mañanas camino a la estación de metro más cercana a mi casa, el sol aún no se asoma, pero ya ha lanzado sus rayos perezosos. Camino lento y atento, esto me permite contemplar más. Presto atención a todo, me fijo hasta en los más mínimos detalles. Grabo lo que me dicen las cosas. Las mañanas están cada día más heladas y solitarias. La estación está en una superficie elevada, es la línea 4 del metro de Santiago y su estación es Los Presidentes ¡no sé cómo pueden poner ese nombre a una estación de Metro! Subo la larga escalera y esto me sirve de ejercicio matinal, me detengo en el pasillo descubierto y contemplo la cordillera. Hoy tiene algo de nieve en su cumbre, veo hacia el poniente y con asombro veo una nube de smog que avanza amenazadora. Bajo mis pies pasa la carretera que a esa hora ruge, son los que no usan el metro.
Subo a un carro como puedo y viajo inmóvil por largo tiempo, una vez que me zafo, trato de ubicarme en un lado estratégico. Un lugar que me permita observar. He adquirido esa costumbre y disfruto de la delicia de mirar. Me fijo lentamente en todos los pormenores de las personas que están a mí lado. Estos pormenores son para mí voces, rostros, cuerpos, vestimentas, miradas y olores.
Otro goce que también es una costumbre para mí, es la lectura, pero a esta hora de la mañana no se puede ejercer. Así que sólo miro, fijo la vista y registro. Hay todo un mundo que se despliega para mí. Esta práctica la he perfeccionado y para esto he creado un método: Primero, como ya lo dije, me ubico en un lugar estratégico para facilitar la observación. En esto he llegado a la perfección, el mejor lugar es la intersección entre los dos carros. Aquí se ubican pocos pasajeros, en esta frontera puedo ver para ambos lados. Ustedes dirán que me estoy convirtiendo en voyerista, tienen razón en parte, porque lo mío no es una perversión sexual, es una perversión artística, practico el arte de mirar.
El siguiente paso de observación es más depurado, la clasifico en dos grandes visiones: la mirada general y la particular. La mirada general me ha permitido llegar a algunas conclusiones, subjetivas por cierto: Lo primero, y esto creo que es universal, es que los seres humanos somos muy diferentes los unos de los otros. Intento siempre encontrar dos personas iguales o parecidas y fracaso. Este ejercicio diario de observación general, me reafirma esta particularidad humana, la famosa frase “somos todos iguales” la considero una falacia, puede ser válida en otro sentido. Dentro de esta mirada general encuentro ciertas cosas en común: La mayoría tiene rasgos indígenas, esto es algo que nos cuesta aceptar, sentimos vergüenza de nosotros mismos. Adoramos ancestralmente lo extranjero. En la vestimenta predomina el gris entre los chilenos ¿por qué nos cuesta usar ropa colorida? Otra práctica de los pasajeros, es que la mitad del carro está usando su celular, algunos jugando, otros viendo el correo, otros escuchando música. Los más lo hacen de aburridos.
En la mirada particular, tomo diariamente una determinación, me digo: ¿qué rasgo de los viajeros voy a ver? Aquí me doy las siguientes opciones: Ver solamente rostros, su forma y su alma, trato de escuchar lo que me dice su cara, sus ojos, su ceño. La expresión para mi es importante, trato de indagar qué es lo piensa, qué es lo que le preocupa. Otra opción es fijarme solamente en los perfiles de las personas, aquí he descubierto algo curioso: Hay perfiles, especialmente de mujeres, que son hermosos, pero cuando giran y les veo la cara, me doy cuenta que su rostro no es coherente con su perfil. Hay un desequilibrio notorio. Un perfil bonito puede ser parte de un rostro feo y viceversa. Me he llevado varias sorpresas al comprobarlo. ¿Estas personas son lindas o son feas? Por último otras opciones de mirada parcial son más específicas, comparo y clasifico, me fijo en el cabello, en los perfumes, en las conversaciones y en lo que llevan.
Mi viaje silencioso al iniciar el día, es una conversación continua, cada trayecto es una historia que conduce a varios destinos, merecen transformarse en texto. La ciudad da señales de vida y cada día un grupo humano se traslada por la misma ruta. Son todos diferentes y yo el observador, me desvío del camino dentro de un carro de metro.