Conocí al poeta Aristóteles España en un evento en la Biblioteca Nacional. Llevé conmigo su libro “Contra la corriente y otros poemas”, que se había editado en Buenos Aires y que no tenía idea de cómo había viajado hasta mis manos. El caso es que ese poemario fue una de mis obsesiones literarias de veinteañero, y jamás imaginé que un día me encontraría con su autor. Unos amigos en común me presentaron al Tote y conversamos animadamente de literatura; en eso yo saco el volumen desde mi mochila y le pregunto si sería tan gentil de escribirle una dedicatoria. –Por supuesto, me dice. Sin embargo, cuando España ve de qué libro se trataba, abrió unos tremendos ojos y me pregunta: -¿Y de dónde sacaste este libro?. Yo le señalé que no recordaba su origen. –Lo que pasa es que se hizo en Argentina y nunca lo había visto. –Ah, le dijo yo. ¿Me lo podrías firmar?. Y el Tote volvía a decir: -Qué bonito está. Yo no lo conocía. No lo había visto nunca. Y mientras hablaba lo iba hojeando lentamente, sin hacer ningún amago de firmarlo y menos de entregármelo. Entonces agarré el libro desde un lado, mientras él lo asió desde el otro, pues caí en cuenta que el poeta claramente pretendía quedarse con él. El forcejeo duró quizá un par de minutos, hasta que Aristóteles cedió. Resignado me lo dedicó y yo inmediatamente lo guardé en la mochila, por si nuevamente contraatacaba en su pretensión y yo acababa por rendirme ante tamaño entusiasmo.