“Rolando Cárdenas: la luz translucida de tus figuras australes removieron los guturales de la mañana del primer hombre”. E.R.P.

 

“Que te importa mi”: antes que esta frase fuera borrada por el remozamiento del refugio López Velarde instaurado por Ramón Díaz Eterovic, en ese momento Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, era imposible sustraerse de leer en la muralla a mano izquierda de la entrada interior la frase grafitiada por el magallánico Rolando Cárdenas Vera, registrando de esta manera como su único y bullado acto irreverente del poeta, testamentado para quedar en el bronce imaginario de sus amigos, incluso de aquellos visitantes furtivos de Almirante Simpson N°7.

Pero esta homologación de Let it be, por cierto que en una versión mucho más áspera que la de los muchachos de Liverpool, no es solo el único estampado de Rolando. Este se manifestó por extensión en los comentarios y criticas que levantaron visibles escritores chilenos, sobre la obra de este poeta. Claro está, la obra definida de un poeta “más  telúrico que Teillier” como diría en más de una ocasión en el aromado café Do Brasil, el mismo Enrique Volpe. Anteriormente ya  Ignacio Valente refiriéndose al libro “Poemas migratorios”, desliza la siguiente crítica: “Se compone de series sucesivas de imágenes de sentido telúrico, un poco a la manera de Saint John  Perce y otro poco al estilo Nerudiano, transidos ambos por la dosis personal de un tono entre legendario y narrativo, que nos convence del carácter directo y vivencial de esas evocaciones australes”.

Andrés Sabella, publica en el Mercurio de Antofagasta: “Cárdenas no es un poeta de fáciles visiones. Describe ciertamente. Pero sus paisajes surgen envueltos en un nimbo de palabras que más que fijar las cosas, las suspende en un aire purísimo, un aire que embruja, que obliga a que luchemos por penetrar en su propio encantamiento”.

En una entrevista de las Últimas Noticias se le preguntó: ¿Por qué ese verso tuyo, tan moroso, tan largo? –R.: Escribo un verso  largo como el horizonte del mar. Pero también alterno con un verso más corto y rápido. Lo que importa es la eficacia  de las palabras y los ritmos. No quiero ser brillante ni retórico. Me interesa una poesía auténtica, que se entregue plácida o dramática, pero que se entregue.

Para Cárdenas, el mar compone entre otras su principal fuente nutricia, transmutado en otro pueblo, en otra aldea que navegó con él en la poesía y en su vida, pese a que gran parte de su existencia la pasó en la metrópolis santiaguina. Donde su simpleza de hombre genuino, lo convirtió en una coordenada para sus amigos escritores y jóvenes poetas, justo en el centro de la ciudad, para ser más preciso, en el bar: La Unión Chica o Nueva York 11, punto de reunión que liderara con el también poeta lárico Jorge Teillier. Desde ahí se libaba al calor de las contundentes y variadas conversaciones sorteadas por estados de ánimo o frescas coyunturas literarias, políticas o deportivas, que podrían aparecer en los titulares desde un rugoso diario sacado del bolsillo de  alguna chaquetilla. Para tal caso, se debía estar dotado de conocimiento para entrar a ese ruedo conversacional, de lo contrario era mejor escuchar la concatenación de las ideas y cualquier final coronado en la octava columna. “… poeta Austral y neoyorquino”, así lo catalogó el periodista Emilio Oviedo en el otrora diario Fortín Mapocho, refiriéndose a Nueva York 11. Claro, en ese lugar el chico Cárdenas, encuentra su hábitat poético, la cadena humana en rededor de una –mesa fogón– elemento que conectaba esa memoria genética implacable, que le daba el vital motivo de la vida, dicho sea de paso  en uno de los últimos reductos de la bohemia santiaguina.

Rolando fue un contemplador infinito de las mutaciones del día y de la noche, las recogió calladamente para convertirlas en un destino poético por descubrir. Sin lugar a dudas, fue un fotógrafo fidedigno del acontecer del hombre de esos primigenios parajes, del cual no debió nunca separarse. Desde ahí interviene con un revelado indigenista, que atesora las reminiscencias más australes de los Selk-Nam, ya totalmente extintos de la comarca patagónica, o también cuando surte la pertinente transposición, en la que sale enérgicamente en defensa del árbol, enseñándonos que el hombre es como otro árbol caminando libre por su tierra.

Rolando Cárdenas Vera, nace en Punta Arenas en el año 1933. Hace su aparición en las letras chilenas, con el título: Tránsito breve (1961), que le significó el Premio de Poesía de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Dos años después, aparece el segundo libro En el invierno de la Provincia (1963), saliendo favorecido con el galardón Premio Alerce de Poesía. Posteriormente, Cárdenas nos hace una tercera entrega, Personajes de mi ciudad  (1964),  integrando prosa poética con algunos gravados de Guillermo Deisler (variados son los escritores que gozaron de llevar en sus libros los dibujos de este destacado artista). El antepenúltimo libro será, Poemas Migratorios (1974), que le significó el Premio Pedro de Oña en poesía, otorgado por la Casa de la Cultura de la Municipalidad de Ñuñoa. Que tras esos muros (1986), será la última obra de Cárdenas en vida. Vastos imperios (1994), se agrega como libro póstumo del poeta. Dentro de los compañeros generacionales de los 50, destacan: Efraín Barquero, Cecilia Casanova, Armando Uribe y su histórico amigo Jorge Teillier, ambos lejanos del estruendo y las percutidas pasarelas literarias de la ciudad -solo de ellos- se escuchaba el silencio y más lejano de ellos, la envidia tan efervescente por estos días.

Este constructor civil esporádico de la vieja escuela, se tituló en el año 1954 en la  Universidad Técnica del Estado de Chile. En cambio, prefirió la construcción de la palabra que le brindó muchos imperios imaginarios, llevándolo a estar presente en la antología de las “Las mejores cien poesías chilenas”, de Alone.

La muerte de su compañera Eliana Oyarso (la Nana), bastó para ir perdiendo el gusto por la vida, se fue consumiendo en el sigilo y el desamparo. Cada vez fueron más distanciadas sus visitas a la Unión Chica. Rolando, corrió una suerte parecida a la del poeta Carlos Pezoa Véliz, quien viviera en sus últimos días en la indigencia absoluta. Curioso: un 17 de octubre de 1990 lo encontraron en su hogar, tendido en un sillón totalmente desnudo como sus antepasados. La Sociedad de Escritores de Chile, por su lado, tuvo “intenciones” de ayudarlo, las que se cristalizaron en un par de visitas; después los discursos fueron bonitos en el cementerio.

Rolando viajó a Santiago con sus fueguinos de ayer, porque la distancia no le mermó la memoria, ni menos el lenguaje de su tribu. La casa, la tierra, son parte del seno materno, de la misma manera para Cárdenas fuente vital en el tránsito del hombre por la tierra. Si pasamos por las cercanías del Faro Evangelista, el más austral del mundo (también aludido en su poemática), podremos tener la certeza de que Cárdenas nos estará mirando desde aquel faro, para guiarnos en la niebla brumosa, justo en la entrada occidental del Estrecho de Magallanes.

 

 

Nota:

 

         Antes de que el director de la SECH, en ese entonces Sergio Bueno, mandara al mayordomo Fernando Pastene a botar a la calle preciados valores de la institución, entre ellos, una caja llena de cartas de una tía y familiares de Rolando, por suerte pude sustraer anteladamente una imagen para su reproducción; fue esa personal fotografía que trajo y guardó con total devoción y celo, era justamente en blanco y negro, su añoso Faro Evangelista.