Leer “Desclasificados”, el último poemario de Horacio Eloy, es partir de viaje. Llenar las maletas de recuerdos, comprar los boletos de algún cine de barrio, de alguna micro o de algún concierto de rock o jazz, y salir por alguna ventana de la memoria, a lo que parecen “tiempos mejores”.
La poesía de Horacio es nostalgia de momentos y personas. Momentos y personas que se van poco a poco disolviendo en el tiempo. Así que el poeta escarba en el pasado, pues duda de la precisión de la experiencia. El tiempo es su enemigo, y contra él, la escritura y la memoria: “es muy necesario saber el ancho exacto de las carcajadas, la amplitud de los abrazos, el gramaje de los besos.”
Es necesario recopilar los momentos gratos que se van borrando y que hay que traer de vuelta con urgencia pues el alma se nutre de esos momentos, de las risas, de las conversaciones.
Si bien son poemas que describen la ciudad y se desplazan por el tiempo en escenarios que ya no existen como tales, detrás de ese inventario arquitectónico hay vivencias juveniles intensas, noches de vino, cannabis y pelvis: “Fue colérico, casi beatnik, entre la cordillera y el mar…, Fue hippie criollo, frecuentaba el Shuda Dharma Mandala, se fumo todo el cáñamo del Valle del Aconcagua, escuchó a Víctor Jara con Los Blops…”
Son poemas nocturnos, escritos luego de altisonantes conversaciones y buena música, de vuelta, cuando las micros ya no pasan y la ciudad duerme. “Las dos de la madrugada, por esas calles de Dios transitan silenciadas musas y ánimas en pena”. Es ahí en donde los fantasmas asaltan al poeta. En las calles, en la noche.
Horacio es un poeta de la ciudad, de pasajes, calles y galerías céntricas. No teme despreciar a la naturaleza y su silencio. El bosque no tiene lenguaje, no habla. “El bosque distrae, embosca la retina, enreda con sus raíces nuestro olfato de lobo citadino”. Se siente mejor con los animales. Gatos y perros son parte de la simbiosis de la urbe. “…el quiltro evasor bajó en la estación del metro Las rejas. Tres ladridos fueron su despedida mientras descendía las escaleras del tren subterráneo.” Y los gatos lo acompañan como espíritus poetas de la desobediencia y la revolución. “Duerme el gato con sus bigotes conectados a los cielos, duerme con sus uñas teñidas de metales, esa guillotina sin tiempo ni memoria, duerme y sueña con un poema que habla de libertad, los árboles, y los gatos ronroneando consignas de otros mundos.”
Los poemas de “Desclasificados” recuerdan el vagabundeo de Baudelaire o Benjamín que después de un hastío interminable, salen a caminar sin objetivo ni destino alguno.
“Liberado de su rutina, su quehacer inútil por años y años, Ulises Ramírez sumerge sus huesos sobre las calles.” Después de tantos años encerrado por la repetición de lo mismo, de las mismas caras ignorantes y de paredes quejumbrosas, el poeta convertido en un minotauro de pasillos escolásticos, vuelve a la ciudad que ya no es la misma. La ciudad ha mutado en un híbrido en donde pululan charlatanes, y lo bello se confunde con lo horrible, a vista y paciencia de los habitantes. Las palabras tampoco ayudan mucho. El futuro en un Kraken y el poeta sólo tiene sus poemas. “Este Ulises por cierto no entiende nada del tiempo, de las horas, solo sabe de escritos, pura palabrería”.
Horacio Eloy sabe que la poesía no salvará a la ciudad, ni su propia vida y sin embargo, al igual que Henry Miller, no pierde la esperanza. “La lluvia limpia el rostro de nuestras palabras, de esa manera podemos nombrar lo que fuimos y escribir el futuro que nos robaron.”
Lo que impulsa este escrito no es la mera referencia cartográfica de la ciudad ni la recuperación de la cultura. Si bien el mapa es importante, es una consecuencia de la lucha del poeta consigo mismo en la debacle de la ciudad moderna. El poeta admira y detesta con la misma fuerza las vicisitudes de la modernidad. En esta dicotomía sentimental, crea una metafísica de lugares, y al igual que un Platón inverso, va diseccionando lo real y haciendo aparecer las apariencias de lo que ya no es. De esta manera en la poesía de Horacio Eloy podemos observar lo real ocultando el desamparo de los rincones, la historia trágica de los huesos de una ciudad en ruinas y de unos ciudadanos en plena decadencia.
Los poemas de “Desclasificados” viajan en un tren, en asientos que miran hacia atrás. Y mientras este tren imaginario corre raudo a un destino incierto, Horacio va grabando con el rabillo del ojo lo que está dejando su ser, los despojos, la bancarrota del mundo, de su propio mundo. Es desde ese malestar existencial donde comienza la reseña, la necesidad de devolver la dignidad a lo olvidado, a lo despreciado, a lo relegado. Horacio Eloy lo hace desde la heroicidad de la poesía, y tiene la experiencia suficiente, pues “Fue metalero, indigenista, artista visual, curador, ambientalista…una mezcla de ángel y bestia”.
Víctor Hayden
Santiago 02/02/2024