“Piernas abiertas frente al espejo. Primera vez que ese reflejo se despoja de vergüenza. Mis ojos se deleitan. Vulva poderosa. Nos tenemos eternamente. Ella espera mis caricias. Su latido me lo indica. Los dedos recorren sus pliegues. Las pupilas se dilatan. Las yemas se posan en su corona erguida. Me uno a esa danza. El goce la abre para mí. Sigo el camino señalado. El placer nos hace una. Me reconozco en un nuevo rostro. Uno libre y transparente. Mis dedos corren veloces. Ya no podemos parar. La boca húmeda devora la imagen. Mi cuerpo se hace gigante. Alcanzamos la cima. La voz se quiebra. Diluidas formamos un nuevo ser.” Fragmento, Cuento “La coronación”, Alejandra Herrera.

Aquella escena podría ser una realidad de cualquiera de nosotras. Quizá lo fue o tal vez nunca lo será. La masturbación es un acto que la mayoría hemos realizado, pero pocas nos atrevemos a declararlo. Nada sorprendente considerando que aún los prejuicios sociales y morales, impiden que nuestras manos y/u objetos se acerquen a la vulva, solo haciendo la excepción en casos médicos o de higiene.

Creo que la mayoría recordamos las primeras sensaciones que nuestra vulva nos regaló como respuesta a los nuevos roces. Jugando en el apoya brazos del sillón, andando en bicicleta, con el agua de la ducha o entre las sábanas. Esos primeros acercamientos desprovistos de connotación sexual, nos daban luces que esas agradables sensaciones eléctricas serían el spoiler del placer que podríamos registrar a lo largo de toda nuestra existencia. O al menos en teoría.

Desde la niñez, los acercamientos a la autoexploración han sido censurados, sancionados y prohibidos, instalándose una especie de invisibilización de la “zona íntima”, concepto que bajo la etiqueta de intimidad, pretende ocultar el placer que ahí podemos encontrar. Esto sumado a que anatómicamente, nuestra genitalidad esta “guardada”, no expuesta, lo que contribuye a ser un lugar con menor registro corporal.

Frases como “sáquese las manos de ahí” o “siéntese como señorita”, no hacen más que reforzar desde tempranas edades, que cualquier sensación agradable proveniente de aquel lugar tenga una carga negativa.

¿Qué impacto creen que ha tenido en nuestra sexualidad la restricción y/o censura de la autoexploración?

La respuesta es evidente: una configuración de un placer escondido, lo que nos ha llevado a experiencias poco satisfactorias y en ocasiones frustrantes con nosotras o con otre (haciendo referencia a una persona no binaria).

Así lo comprueban los resultados del estudio de Guarín-Serrano, R. y otros (2019) realizado por la Universidad Nacional de Colombia, del cual se concluye que 1 de cada 3 mujeres que no refieren masturbarse reportaron disfunción orgásmica; de esta forma las actividades masturbatorias son un factor protector de la disfunción. De acuerdo con lo anterior y considerando los resultados evidenciados, una mujer que se masturbe tiene ocho veces más probabilidad de tener un orgasmo. La satisfacción durante el orgasmo contribuye de manera directa al desarrollo integral de la mujer y es importante en la calidad de vida de éstas.

Tenemos clara la importancia de la masturbación en términos de bienestar biopsico social, sin embargo, este acto de placer nos confiere un poder que en ocasiones no logramos dimensionar. Conocer el motor de nuestro deseo y los caminos que debemos recorrer para satisfacerlo, nos emancipa de los mandatos sociales y morales que nos han impedido el derecho a gozar, necesitando así solo de nosotras para sumergirnos en el placer. La masturbación es aquel espacio de nuestro mundo interior que nadie debe invadir ni arrebatarnos. Al hacerlo nos despojamos de todo límite, movilizándonos a una mujer deseante y alejándonos de la pasividad de solo ser deseada.

La invitación es a reapropiarnos de nuestra vulva. Mirarla, explorarla y consentirla. Habitar el deseo, permitiendo que los dedos o lo que se nos antoje, hagan fluir la humedad. El placer puede ser infinito. No permitamos que nadie lo dosifique.