El viejo Max Stirner, medio en broma y medio en serio, hablaba de la necesidad de forjar la unión de los egoístas para construir una mejor sociedad. Nosotros podríamos agregar que lo que éstos puedan edificar o no va a depender de qué tipo de egoístas son los que componen un determinado grupo. En síntesis: hay egoístas y egoístas.

Argentina acaba de elegir, por una abrumadora mayoría, a un futuro presidente troglodita que, a través de sus discursos –hilarantes, unos; extremadamente peligrosos, otros-, ha sido enfático en afirmar que barrerá de cuajo con los beneficios sociales de los más humildes pues, a costa de un discurso que proclama la defensa de una aparente libertad personal en contraposición a una reducción de la intervención estatal, brega por despojar a los ciudadanos de derechos esenciales básicos de los que el aparato público pueda proveerlos.

Chile ha seguido un derrotero similar. En efecto, después de un levantamiento sin parangón en la historia patria, el Pueblo aguerrido volvió a ser una manada domesticada: la unión de los egoístas le dio la espalda a sus propios intereses, y terminó por traicionar esa inusitada sublevación, volviendo a besar la mano de sus patrones. Y claro, éstos, ya renacidos, con la otra extremidad acercaron el látigo y reemprendieron sus ancestrales golpes sobre la cabeza de sus obedientes esclavos. Inmediatamente, procedieron con la redacción de las tablas sacramentales que –no podía ser de otra manera- mejor se ajustan al robustecimiento de sus bicentenarios privilegios.

Y en esa aparenta paradoja nos instala otra vez la historia, como si se tratara del regreso a un maldito designio que hace caer al mismo túnel: elegir entre la permanencia de un texto nacido de las ensangrentadas manos de una dictadura cívico militar o un papiro construido por un sector que saca a relucir lo peor de la canalla dorada, representada por los republicanos.

Pero no es así. La paradoja es sólo aparente. Los egoístas que amamos –esos que se enfrentan al látigo; esos que no están de besamanos de pechoños patriotas- vomitan sobre las Tablas redactadas por la extrema derecha, pero sólo como una batalla para regresar, más de cuatro décadas después, a la guerra verdadera: la destrucción del corazón de la dictadura cívico-militar, plasmada en la constitución del ‘80. Es decir, no queremos dejar títere con cabeza: ni la una, ni la otra.

Los egoístas que amamos saben de la necesaria unión en pos de alcanzar las viejas temáticas de cantina, esas que hemos repetido hasta el cansancio en eternas y espumosas jornadas: los derechos humanos como estandarte, el fin del estado opresor, el amor en todas sus formas, la agonía del neoliberalismo económico, la estocada final al conservadurismo cultural. No queremos menos. No aceptamos menos. A eso vinimos a palpitar unos cuantos años a esta tierra que a veces escupimos, pero que también sabemos amar.