¡¡Mátame, milico de mierda!!, ¡¡Mátame!!

 

Estaba desnuda de la cintura hacia arriba. Sus pantalones estaban mojados de orina y sangre. Una venda de saco de papas cubría su frente y sus ojos. Estaba sola en el universo. Dios la había abandonado. El camión militar se había detenido en pleno desierto florido. Sus enormes neumáticos habían hecho su recorrido destruyendo orejas de zorro, flores del jote, suspiros, chinitas y añañucas, esparciendo su perfume por todo el lugar.

 

¡¡Ponte en cuatro, perra cochina!!— le ordenó uno de los militares– ¡Te lo vamos a meter de nuevo!…No me digai que no te gusta porque teni pura cara de puta…jajajaj 

 

Le dieron un culatazo en el abdomen que la hizo arquearse de dolor. La pusieron de rodillas y uno de ellos le bajó los pantalones. Estaba muy herida. Toda su entrepierna enrojecida y sangrante. Lejos de causar alguna compasión, el penoso espectáculo los llevó a ser más salvajes y desalmados.

 

El aroma de las flores llenaba su nariz. Con las manos apretaba fuerte los suspiros, las coronas de fraile y las patas de guanaco que también sufrían junto a ella. Necesitaba con urgencia algo de ternura, pues su alma se desvanecía como la luz del sol en el horizonte.

 

Recordó a sus hijos y a su amado compañero. Seguramente la buscarían el resto de la vida. Recordó sus besos y sus tiernos cariños. El aroma de las celestinas y de los lirios la hacían volver a la casa, al living, a la cama. Junto a ella ahora estaban su hombre y sus tres hijos viendo televisión, comiendo cabritas dulces y saladas… El olor de las alcaparras la llevaron al viejo jardín. Recordó a su madre y a su tierna abuela en la casona de San Fernando. El pan amasado, la higuera, los chanchos y los perros. Recordó los inteligentes ojos de su gato Santino, que estaba más gordo de lo que debería…

 

De pronto sintió un fuerte dolor en la espalda. Otro culatazo había trisado una vértebra cerca de los omoplatos. – ¡¡Ya mierda, ponte de pie!! – escuchó a la lejanía. Su mente rota ya no estaba ahí. La fragancia marina que traía el viento del crepúsculo se la llevó volando.

 

Trató de levantarse pero cayó de nuevo. Se levantó finalmente. Nadie la ayudó.

 

Se subió los calzones ensangrentados, y en un susurro apenas perceptible, casi un puro pensamiento, alcanzó decir –!!Mátenme milicos de mierd..!!–, antes de sentir un pinchazo en la frente y un intenso perfume a añañucas, churquis y lágrimas de virgen.

 

Su cuerpo cayó sin vida en un colchón de flores que fueron a recibirla, y a morir con ella.