“El Mercurio miente”, rezaba el letrero desplegado por los alumnos de la universidad católica durante la inusitada toma efectuada en 1967 en la casa central de esa organización. Por ahí anduvo el poeta Rodrigo Lira mientras era estudiante de psicología, e inventó el santo y seña para aquellos que deseaban desplazarse al interior del edificio, evitando con ese mantra el ingreso de sapos.

Y El Mercurio no sólo mentía, sino que además complotaba. Para la campaña presidencial del ’70, recibió fondos de la CIA con el fin de deslegitimar la campaña de la Unidad Popular liderada por el doctor Salvador Allende. Pero les salió el tiro por la culata: la organización del pueblo fue más fuerte, resistió el embate y terminó por imponerse.

El director de El Mercurio, Agustín Edwars, una vez ganada la elección por la UP, se autoexilia en Estados Unidos y, a través de su amigo Donald Kendall, dueño de la Pepsi, consigue conversar con Kissinger y Nixon para convencerlos de la necesidad de intervenir en Chile, instalando primero la desestabilización y el caos y, una vez creadas las condiciones, llevar adelante el Golpe que derrocaría al gobierno. Y así no más fue.

A través de los antecedentes secretos revelados por los propios servicios de inteligencia norteamericano, ya es una certeza lo que siempre fue un secreto a voces: que la CIA financió secretamente huelgas sindicales y gremiales en Chile por más de 18 meses para poner en jaque al gobierno del Chicho.

Y esto no es nuevo: A lo largo de la historia se ha observado que sectores acomodados han recurrido a la mentira o la manipulación de la información a través de la prensa, con el propósito de avanzar en sus agendas, ganar elecciones o influir en la opinión pública, y evitar de esa manera el avance de las fuerzas que puedan poner en riesgo sus privilegios y así mantener el statu quo.

En los últimos años, nuestro país ha sido objeto de una intensa campaña desplegada por los sectores dominantes cuyo fin es instalar un discurso pro-fascista, el que a través de ingentes sumas de dinero se divulga tanto en medios de comunicación tradicionales, como también en redes sociales. Esto ha rendido frutos.

En efecto, en primer lugar, la primera víctima fue la Convención Constituyente y su Proyecto, el que finalmente padeció un duro revés al ser rechazado su texto en las urnas por un 61% de los votos. Es decir, una verdadera paliza electoral. Se dijo por los medios que con ese proyecto se le quitarían los fondos previsionales a las personas, además de sus casas; que no podrían practicar su religión ni elegir el establecimiento de sus hijos; entre otros muchos discursos esparcidos por la prensa financiada por los sectores privilegiados, relato que fue absorbido rápidamente por un pueblo que, meses antes y casi por un 80%, había aprobado tener una nueva carta fundamental. Pueblo bipolar y desmemoriado.

Y ahora estamos inmersos en el segundo proceso constituyente. Primero, la designación antidemocrática de una Comisión de Expertos efectuada por los propios congresistas, comandada por los sectores de derecha. Y luego la elección de Consejeros en donde el partido republicano logra arrasar en las urnas obteniendo el 46% de representación. Es decir, en el escenario actual la derecha cuenta con el espacio suficiente para redactar y presentar el proyecto de Constitución que le plazca. En otras palabras: una verdadera constitución de pinochet 2.0.

Pero no es todo: las encuestas hoy indican que dos históricos personajes fosilizados de la extrema derecha, lideran la intención de voto para convertirse en el nuevo o la nueva presidente del país. Y, de no venir un cataclismo, veremos el 2026 a uno de ellos en la Moneda, erigiéndose con la más alta magistratura.

Del Chile que se levantó en octubre de 2019 parece hoy no quedar nada. Las organizaciones sociales lucen desconcertadas. Los medios de comunicación conservadores, a través de sus recursos infinitos, han logrado llevar -sin mayores complicaciones- el agua hasta su molino. Da para otro análisis la manera en que las redes sociales ayudan al levantamiento de esa arquitectura. Después de estar en el suelo, la derecha política y el gran empresariado, se encuentran robustecidos en el control de sus granjerías. Pueden mirar tranquilos el horizonte porque ningún pelafustán ni menos algún alienígena va a venir a abrir sus refrigeradores.

Las palabras de Allende (“superarán otros hombres –y mujeres- este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse”), al parecer seguirán resonando y esperando para su concreción en un futuro que ni se divisa. Quizá para los 60 años del golpe tengamos mejores noticias.