Sabemos contar nuestros sueños, pero ya no sabemos vivirlos”.
(Yves Navarre)

 

Sueños, cultura, lenguaje y proyectos colectivos de base, muestran lejanía y fractura con la praxis política actual.

El pragmatismo, y los acuerdos cupulares en lo político, parecen haberse impuesto sobre la reflexión, los idearios las propuestas y los meta relatos.

Los arcoíris cedieron su puesto a las encuestas y a las calculadoras.

El Poder parece hoy cuestionable, sólo cuando aún no lo tenemos ni disfrutamos de sus privilegios. Existe una incapacidad real y estructural de escuchar a la gente.

Esto se puede entender ya sea como autarquía o, simplemente, como una suerte de sedentarismo crepuscular y funcionalista de la clase política. Por lo mismo, este tiempo exige análisis, propuestas y cambios culturales profundos, que toquen las estructuras mismas del poder, en todas sus áreas y proyecciones.

El proyecto de la izquierda, en lo específico, hoy se muestra débil y anoréxico, porque no logra conectar con “el otro”, como sujeto histórico, y no sólo como categoría electoral, para construir proyectos comunes.

Los intelectuales de izquierda, por su parte, hoy aparecen como simples operadores de sus respectivas carreras académicas, dedicados a coleccionar post grados, y cargos en el aparato público. Las Fundaciones de han convertido en su Shangri-la. Desde ellas los mismos privilegios y negociados, criticados hasta ayer, se han hecho parte de su equipaje.

Existe tensión, sospecha y alejamiento, entre las estructuras orgánicas de los partidos políticos y los movimientos sociales. Se ha hecho patente el desanclaje de la “clase política”, que transversalmente opera como tal en defensa de sus intereses, en relación a los sueños, proyectos y lenguaje de la gente.

El encapsulamiento de las cúpulas políticas en sus estructuras, y estrategias de poder ha provocado en los ciudadanos un sentimiento, y práctica, de frustración y distancia.

El agotamiento de las estructuras tradicionales de participación política se debe a un cambio cultural y social del cual el modelo de operaciones políticas vigentes no ha sabido dar cuenta.

La emergencia de propuestas y líderes mesiánicos de ultraderecha, por ejemplo, no responde sólo a una suerte de reacción ética de la gente ante las trazas de corrupción en la izquierda política.

Estos fenómenos hablan ante todo de la crisis de contenidos y modelos que se dan hoy en la izquierda frente a temas como: la seguridad pública, DD.HH., el narcotráfico, la corrupción, la salud, la educación, la energía, etcétera.

Se requiere generar un nuevo modelo de organización y participación política, que privilegie la conexión con las bases, el mundo de la cultura y los movimientos sociales.

Lo anterior supone la superación histórica y política de un cuerpo de paradigmas obsoletos frente a los desafíos de hoy. Principalmente en el área de los instrumentos hermenéuticos.

En este aspecto se debe establecer una reflexiva relación dialéctica entre ruptura y continuidad. Acudimos, además, a la vulgarización programada de los instrumentos de reflexión. Como un proceso de anulación de los mismos y del sujeto crítico. Los espacios son ocupados, y copados, cada vez más por políticos cortesanos y funcionarios orgánicos acríticos.

Todos ellos acólitos genuflexos de las políticas de la astucia y los cargos públicos.

Vale la pena tener presente, en la hora actual, que la política como tal, es un fenómeno cultural y social intrahistórico que no requiere supuestos horizontes metafísicos para validarse ni para proyectarse.

Se valida, en cambio, en la acción transformadora de la sociedad, en la honestidad, la decencia y la participación real de los ciudadanos.

A lo largo de estos años, los cuadros, y operadores políticos de los partidos en el poder, reunieron votos mediante favores clientelistas, financiados mediante fondos aportados por la derecha económica (Soquimich, Penta, etc.) o por medio de transferencias ilícitas de fondos públicos (MOP-Gate).

Las reelecciones de estos cuadros alimentaron la complacencia, la arrogancia y el sentimiento de impunidad. Las gratificaciones obtenidas mediante la repartición de cargos (ministerios, embajadas, agregadurías, asesorías, etcétera), y prebendas a doquier han sido asumidas como algo natural o “merecido” por parte de los dirigentes y funcionarios serviles de los partidos, pero fueron percibidas como privilegios inmerecidos e injusticias por muchos militantes, y votantes de la clase trabajadora.

El proceso de acomodamiento, y obsecuencia ante el poder y sus privilegios que se produjo dentro de los cuadros superiores y medios de los partidos de izquierda, hizo que las clases populares tuvieran que echar mano de soluciones individualistas, domésticas o locales para lidiar con sus problemas cotidianos (seguridad, salud, deportes, cultura, etcétera) y también en sus proyectos de largo plazo.

No se puede soslayar que la ética en política tiene que ser un desafío y patrimonio permanente de la izquierda, en especial la transparencia absoluta en el manejo de los recursos públicos.

El no haber actuado siempre así hace que los gobiernos y los partidos paguen un alto precio, que puede ser un factor determinante para poner en riesgo la credibilidad de esas propuestas y la praxis política en general, con daños gravísimos para los derechos y anhelos de la gran mayoría de las clases populares.

Por otro lado, el rol de los partidos de izquierda, en su condición de partidos de gobierno, nunca ha sido bien resuelto. Incluso con alianzas sociales y políticas con la centro izquierda, estos partidos no han sabido representar el proyecto histórico de la izquierda, perdiendo relevancia e incidencia, frente al rol de las alianzas puntuales y electoralistas de acceso al poder.

Se debilita así la reflexión estratégica, más allá de las coyunturas políticas, la formación de cuadros, la propaganda de las ideas de izquierda y la misma lucha ideológica.

Los actuales desafíos para la izquierda en temas programáticos, doctrinales, éticos y orgánicos requieren en primer lugar vencer la tentación de la autarquía como modelo de conducción político partidaria. Así como también, privilegiar la readecuación orgánica y reflexiva de todas sus estructuras.

Sólo de este modo podremos iniciar el regreso al lugar, y al protagonismo, social, cultural y político, que nos identifica y convoca.