Harper Lee, To kill a mockingbird

“Sería como matar a un ruiseñor”

Para María Cristina López Stewart.

Autor Martín Faunes Amigo

CAMINÉ OTRA VEZ POR LA VEREDA DEL OTOÑO, la misma por la que fui alguna vez en esa primavera antigua que para nosotros resultara tan cruel.

Esta vez iba a encontrarme con unos amigos con quienes armaríamos un cuento que nos ayudaría a ganarnos la existencia, en esa otra, en la de la primavera que hoy recuerdo, me era necesario apurarme porque me iba a encontrar con una compañera, aunque solo cruzaría frente a ella simulando no conocerla.

Hablo de una muchacha que admiré siempre por su entrega y por su tremendo coraje, y que esa vez la tendría solo que rozar de manera disimulada para recibir de ella un paquete de esos que llamábamos “barretín”. Distinto al día de hoy en que sólo debía apurarme para llegar a la hora convenida, aunque si me atrasaba nada grave iba a pasar.

En esa otra vez, de atrasarme, ella no podría encontrarse conmigo e iba a inútilmente angustiarse, además nosotros nos quedaríamos sin el barretín que nos habían preparado con lo que se esperaba que hiciéramos durante los próximos días.

Como hoy no tenía esa premura quise caminar desde Providencia a paso muy lento para así disfrutar con la vista de los jardines y las fachadas magníficas de esas casas que conservan todavía la elegancia del que fue un barrio de pudientes. Y como ese era un barrio de pudientes donde nada se sabía de pobreza, en aquella otra vez lejana mi compañera me había planchado una camisa blanca y había escogido también para mí la corbata que hiciera mejor juego con la chaqueta azul oscuro de paño y unos pantalones grises que ella misma me había comprado, previendo que vestirnos bien nos iba pronto a ser indispensable

Pero hoy no. Hoy vestía con chaleco y bufanda y unos bototos que en nada se parecían a los zapatos de gamuza que esa vez debí ponerme y que tendría que usar cada vez que debiera ir a la calle Santa Beatriz a encontrarme así como de casualidad con aquella del barretín con nuestro quehacer y con algunos billetes con que sobreviviríamos por otros siete días

Y claro, esa vez no pude detenerme a mirar las fachadas elegantes con ventanas y puertas de vitrales, ni tampoco los rosales ni las camelias que competían en belleza por fea y gris que fuera la primavera de que hablo

Hoy otoño, ayer primavera. Hoy otoño sin lluvias, ayer primavera de días sin sol. Todo cambió cuando la divisé a lo lejos, su cabello relampagueaba. Hasta parece que fue ayer. Venía, así como yo, caracterizada como hija de ese barrio de familias elegantes, aunque a ella con su belleza se la veía aún más elegante que todos aquellos que vivían en Santa Beatriz, barrio de Providencia. Su elegancia era apenas accesorio de la belleza intrínseca que ella poseía. Ésa que emerge de los corazones nobles, de los corazones solidarios.

Hoy ese barrio no es como el que era, aún hay belleza, cierto, además en mi cabeza intento verlo tan bello como cuando ella me pasó disimulada el encargo y me sonrió. No debió sonreírme, no estaba en el protocolo, aquello violaba las normas de seguridad. No obstante, lo hizo y yo no pude contenerme para no contestar a su sonrisa. Le sonreí y continué mi camino hacia el río simulando ser el elegante que no era y, aunque tampoco debía, tras unos cuantos pasos me di vuelta para verla perderse hacia Providencia con esa imagen de muchacha dulce que se me quedó grabada en algún lugar del corazón o del cerebro.

Esa vez, concentrado de nuevo en mi camino, guardé el barretín en el forro de la chaqueta mientras pensaba que ese ruiseñor que ella era no estaba para los trinos que todos le conocíamos, pero vendrían días mejores, estaba seguro.

Apuré el paso para llegar antes de que cayera la noche allá donde mi compañera me esperaba y donde vendrían después “los compadres” a enterarse del quehacer, y no debía demorarme porque las noches de esa primavera oscura se llenaba de hienas.

Lo demás es algo que ya saben, así que no veo para qué tendría que contarlo. Volví a Santa Beatriz caminando desde Providencia así elegante como en las semanas anteriores por otras cuatro o cinco veces, pero a la sexta o tal vez a la séptima María Cristina López Stewart no apareció ni aparecería. Solo dejó para mí la imagen con que alguna vez adornó esa calle que hoy recorro triste mas sin prisa. Habían asesinado a un ruiseñor.

 

………

 

María Cristina López Stewart, ex alumna del Liceo Siete de Providencia y estudiante de Historia del Pedagógico de la Universidad de Chile, fue detenida en una ofensiva de la DINA para desbaratar el trabajo que el MIR realizaba en el campo de la inteligencia y las telecomunicaciones, era septiembre de 1974. La joven tenía para entonces 21 años, pero dirigía el trabajo de esa estructura especializada. María Cristina resistió a la tortura de los esbirros de la DINA en la casa de José Domingo Cañas protegiendo así a sus compañeros y a la red conformada para desarrollar la tarea considerada de importancia estratégica por esa organización política. Aún, cuando el resto de la unidad estaba integrada por profesionales de la ingeniería, María Cristina “la Chica”, había sabido ganarse su respeto y admiración. Luego de ser detenida la tarea fue encabezada por Alejandro de la Barra Villarroel, ejecutado ese mismo año por la DINA junto a su compañera, la cineasta, profesora y actriz Ana María Puga Rojas. María Cristina permanece hasta hoy como detenida desaparecida. (Lucía Sepúlveda, Memoria MIR). Matar un ruiseñor, apareció entre los relatos del libro UN LÁPIZ DE PASTA MARCA BIC, (Faunes,M. Cuarto Propio, 2013), y antes en el sitio vigente desde 1997 http://www.lashistoriasquepodemoscontar.cl/matarunruisenor.htm La versión en francés Matar a un ruiseñor, pertenece al libro VOCES VERDADERAS, AMBIGUAS, EQUIVOCADAS (Martín Faunes, Cuarto Propio, 2019), es de María Isabel Mordojovic, Grenoble 2020.