Tal vez sea una de las estaciones del año más enmarañada y controversial de la continuidad de nuestro clima. Que por extensión, también, linda en diversos significados y consecuencias, refrendadas en pasajes amargos de la humanidad. Como  la guerra, cuyo invierno se convierte en variable decisiva para sus respectivos resultados.

Ya el legendario general cartaginés Aníbal, teniendo grandes posibilidades de vencer a los romanos (en la segunda guerra púnica), pierde gran parte de sus elefantes e infantería  al cruzar los Pirineos  y los Alpes en adversas condiciones climáticas, impidiendo en una gran proporción el buen resultado de la contienda militar.

Por ineptitud, al sobre extender sus fuerzas militares, Adolfo Hitler monta equivocadamente  una de las campañas más importantes de la segunda guerra: “La operación Barbarroja”,  empeñada como objetivo central en la invasión de la Unión Soviética, en el incontrolable y despiadado invierno ruso, que termina (más otras variables estratégicas) diezmando la maquinaria invasora; como lo fuera la emblemática derrota en la Batalla de Stalingrado, entre el ejército rojo y la Wehrmacht alemana.

Pero, además de lo irreconciliable del invierno y la guerra, otros aspectos hacen que esta estación se acerque al hombre en una posibilidad más amistosa y conjugada. Como aquella lluvia intempestiva, que te palpa la mejilla y te saca de la paralizante rutina en la que te puedas encontrar. Como engarce, sobrevienen las preguntas, el recogimiento, la añoranza de estar con aquel o aquella y, por qué no decirlo, la posibilidad de la vuelta a la infancia con un picarón afanadamente engullido, entregado por mamá. Y desde ahí, los continuos pasajes alusivos que han colmado las miles y miles de páginas de la literatura mundial. Donde un paraguas se mece nerviosamente, esperando en una esquina cubrir a ese amor tan esperado, o en otro instante concluir el contacto secreto en una novela de espionaje.

En la abultada lista temática de autores, damos cuenta de algunas líneas de reflexión existencial de la escritora Inglesa Virginia Woolf. Leamos de ella:

“Nunca se dan voces tan hermosas/ como las de una noche de invierno,/ cuando el atardecer casi oculta el cuerpo,/ y las palabras parecen surgir de la noche con una/ nota de intimidad que rara vez se escucha/ durante el día”.

Desde la otrora Inglaterra, hurgamos en un  amoroso párrafo fluvial de despecho, del soneto N 2 de Shakespeare:

“Cuando cuarenta inviernos, pongan cerco a tu frente/ y caven hondos surcos, en tu bello sembrado,/ tu altiva juventud, que admira este presente,/ será una prenda rota, con escaso valor”.

Ahora, al momento de orillar por los estados emocionales de personajes  bajo una lluvia encabritada, no se puede soslayar el poema “Tarde en el hospital” del poeta chileno Carlos Pezoa Véliz, donde se grafica un claro ánimo depresivo, conectado  al escenario más solitario, como puede ser un hospital, un coloso de hormigón  de comienzos del siglo pasado, totalmente blanco, patinado por la capa cremosa de la suciedad de los años y la tristeza fantasmagórica de un invierno espiritual, presente en cada recodo, en cada vidrio por donde alguien desea escapar. Es concluyente que el poeta escribiera ese texto (en el hospital de Cerro Alegre de Valparaíso) ya en los estertores de su vida, cuyo jadeo poético coronará en la cima de la nostalgia. Dada su breve extensión, me permitiré para usted, lector, entregarlo en su plena magnitud  “Tarde en el hospital” Carlos Pezoa Véliz (1870-1908):

“Sobre el campo el agua mustia/ cae fina grácil leve;/ con el agua cae angustia:/ llueve…/ Y pues solo en amplia pieza,/ yazgo en cama yazgo enfermo,/ para espantar la tristeza duermo./ Pero el agua ha lloriqueado/ junto a mí, cansada, leve;/ despierto sobresaltado./ llueve…/ Entonces muerto de angustia/ ante el panorama inmenso,/ mientras cae el agua mustia,/ pienso”.

Por sobre todo, continuará lloviendo a la antigua, esperando que el agua se avecine en aquellas zonas áridas y los paraguas extiendan nuevamente sus varillas, para esgrimir las gotas que en caída libre van a dar al mar, sin pensarlo.