El encuentro erótico y/o sexual con un otro nunca es fácil. Si enfrentarnos a nuestro deseo suele ser complejo, conjugarlo con el ajeno es un desafío mayor. Se convierte en un espacio donde no podemos sustraernos de la mirada, como tampoco dejar de alojar la nuestra en algún rincón de esa carne extranjera. Lamentablemente esas miradas transgresoras de la intimidad no solo provienen del compañer@, también lo hacen del ojo social, que vigila implacable el deber ser sexual en nosotras.

Bajo ese contexto, disfrutar de nuestra sexualidad no es tarea fácil. Cada una recorre senderos distintos hacia el goce, sin embargo, nos encontramos con dificultades comunes a todas y que muchas veces nos hacen desistir del anhelado placer. No podría ser de otra manera. Hemos crecido con la culpa pegada a la espalda. El imperativo de ser señorita muchas veces nos ha privado de gozar. “Que no se note el sostén, que no se note el calzón, que no se note el pezón”. El (no) mostrarnos se instala como una estrategia de ilusión de control, que convierte nuestro cuerpo o una parte de él en objeto de deseo, supeditándolo al masculino.

Crecimos escuchando “el hombre cuando puede, la mujer cuando quiere”, frase que en apariencia nos empodera, porque nos hace creer que, desde nuestro trono, podemos escoger con quien compartiremos la cama. Nada más engañoso. Esta asimetría de poder nos categoriza en premio que se adjudicará el “escogido”. Nos confina a sujetas cuya única característica valorable es la sexual, esa que el hombre quiere poseer y que busca en diversos cuerpos, hasta obtener el número ganador.

Con estos mandatos en el imaginario, nos aventuramos al sexo. Culpa e ilusión de poder; la combinación ideal que restringe el goce y genera pensamientos intrusivos que nos acompañarán después del acto. En el mejor de los escenarios, fuimos por nuestro deseo y disfrutamos, pero ¿con qué nos quedamos tras el placer? ¿qué hacemos con eso?

La intimidad, aunque esté teñida de máxima calentura, expone un lado vulnerable que no siempre es agradable. Podemos tirar en el sofá, en el baño, en el auto o en la comodidad de la cama. Sin ropa o solo corriendo la interior, pero no podemos escapar a ese instante de suspensión mental, de querer saber qué lugar ocupamos en el deseo del otro. Por lo general solemos llevarnos aquella pregunta, que al pasar de los días se traducirá en ¿le habré gustado? ¿me hablará? ¿volveré a verlo? Obviamente en el caso que el polvo y/o la person@ hayan sido de nuestro agrado.

Es aquí cuando la ilusión de poder hace lo suyo. En una primera instancia nos posiciona como la reina inalcanzable, que “escoge” al hombre para tirar. A priori podemos decir que vamos por nuestro deseo, sin embargo ¿por qué no lo hacemos cuando queremos repetir?  Preferimos no movilizarnos hasta que recibamos un mensaje, aunque por dentro las ganas y la ansiedad nos carcoman. Por cierto, no generalizo esta experiencia, pero creo que una amplia mayoría hemos estado o bordeado dicho lugar.

 

Esa operación me recuerda a la princesa que espera a su príncipe complaciente, seductor y conquistador. Tristemente todas cargamos con algo de esa princesa. Hemos sido educadas para complacer y ser escogidas, haciendo que el disfrute sexual quede sujeto al tiempo y espacio en que el otro se movilice.

De manera solapada se continúa pensando que nuestro “valor” como mujeres es proporcional a la actividad sexual que tengamos, lo que nos lleva a poner el foco en la valoración ajena, en restringirnos de ir por nuestro deseo y gozar, por miedo a ser encasilladas en el cautiverio de las “putas”. Año 2023 y el placer femenino continúa siendo castigado. Mientras sigamos pensando el sexo como acto de intercambio, seguiremos a disposición del deseo hegemónico, como ha sido históricamente.

El primer lugar de colonización ha sido nuestro cuerpo, mediante el control de la natalidad, la construcción de la virginidad, la inmaculación de la madre, la mutilación genital, la imposición de vestimentas, por nombrar solo algunas. Dichas acciones coercitivas tienen como propósito que no podamos acceder a un derecho de todo ser humano: el placer.

El cuerpo femenino está en constante resistencia. No permitamos que nos vuelvan a saquear ningún centímetro de piel.